Descubra la increíble historia de esta festividad cusqueña y cómo fue que se hizo una feria en torno a la figura del “Niño Manuelito”, una fijación extraña y emotiva.
Si escucharon las extrañas historias de un niño Manuelito rubio que recorre las calles por las noches y madrugadas jugando en la ciudad en plena festividad del Corpus Christi provocando susto a curiosos transeúntes del centro histórico; o acaso sabe algo del extraño misterio que emana del llamado Niño Compadrito a donde acuden los desahuciados que lo esconden de la mirada pública; y muchas más historias… Si escuchó alguna vez estas historias, o es la primera vez que lo hace, debe saber que esta fijación por esta figura religiosa, el niño Jesús, es muy cusqueña y muy antigua Probablemente, el origen de todo fue la festividad de navidad impuesta en el Cusco en la época virreinal; ya desde el siglo XVI hay estas celebraciones en un intento de reemplazar antiguas celebraciones por festividades católicas pero esa mezcla con los elementos andinos y la resistencia de varios grupos indígenas, produjo una festividad muy diferente a la de cualquier otra parte no solo del país sino del mundo.
Pese a que pasaron los siglos, no existía el nombre de “Santurantikuy” ni si quiera en el siglo XIX; en esa época, en 1834 hay descripciones y relatos de una festividad muy parecida al santurantikuy que conocemos pero no existía ese nombre; de hecho, esta palabra no es quechua sino una mezcla entre quechua y castellano que a veces se traduce como “venta de santos”, los pobladores rurales se referían al vocablo en el sentido de “cómprame un santito”. ¿Por qué? Parece que en esos siglos empezó a haber una venta de santos y figuras religiosas por varios comerciantes en los alrededores de la Catedral; en medio de la mezcla de culturas, hubo figuras que representaban esas fusiones e incluso algunas con simbolismos de resistencia andina, una forma de “sacarle la vuelta” al proceso de invasión española –recordemos que entre el siglo XVIII y XIX habían cultos sincréticos escondidos e incluso perseguidos y paganos como las del inkarri que tenía una simbología propia.
De entre estas figuras, la del niño Jesús era de las más codiciadas, especialmente el que tenía ciertos símbolos, atuendos y elementos andinos. Se le empezó a llamar cariñosamente niño Manuelito, pues en España, Emmanuel, era uno de los nombres europeos para el niño Jesús.
En alguna ocasión la población, mayoritaria y que cada vez más se imponía en la plaza de armas, vistió al niño Manuelito como Inca Rey, esto desató la indignación del gobernante y de los burócratas criollos al servicio de la corona, era una provocación y una transformación de la festividad en un culto no católico; hay autores que rastrean esta polémica partiendo de la propia orden de los jesuitas que ostentaban gran poder entre el fin de la colonia y el inicio de la República.
Esta resistencia y supervivencia andina no pudo ser detenida y tras la independencia en las fechas navideñas la venta de las figuras religiosas alrededor de la plaza central y de las iglesias principales era cada vez más masiva; para el siglo XX tenemos el santurantikuy tal como lo conocemos, lleno de vendedores de figurillas en miniatura a las que se llamaban: “ilusiones”, otras curiosas como las del tradicional torito de Pukará-también mezcla que se enraizaba en mitos andinos sobre la protección del hogar y el éxito económico proyectados en el poderoso toro traído desde España-, simbolismos que se extendieron a los rincones más alejados de sur peruano y luego por todo el país; también se vendían comidas y bebidas venidas de esa curiosa mezcla, como el típico ponche.
Pero el centro de todo siguió siendo el milagroso niño Manuelito al que cada barrio empezó a atribuirle ciertas propiedades benéficas con todo tipo de historias y atuendos. Poco a poco el santurantikuy se convirtió en una fiesta cuyo centro era la feria donde se podían encontrar nacimientos artesanales muy codiciados y sobre todo el niño Manuelito.
Fuera de las explicaciones sobrenaturales hay estudios que indican que en esa época se relacionaba al niño Manuelito con algunos temas de tradición europea pero que pasaron a transformarse en canciones andinas, para algunos uno de esos himnos es el “Phallalla Phalchascha” –tampoco hay una traducción exacta, es algo así como ‘chorro de agua’- esta música celestial hacía que los artesanos laborasen cada vez más complejas piezas: sus ojos son de vidrio, el paladar de espejo y los más codiciados
tienen cabellos humanos; el hecho de que sea un niño blanco y a veces sus cabellos sean ondulados y rubios o negros azabache, parece ser una proyección mestiza donde, antropólogos y psicólogos, aun discuten si se trata de mecanismos de sublimación y resiliencia frente al duro clasismo y racismo de la época colonial, lo cierto es que hoy son tomados con cariño y aprecio por todos.
Quizá uno de los diseños más valorados y famosos por su increíble detalle y fineza es la del escultor artesano Antonio Olave Palomino, quien fue el primero en introducir el Niño de la Espina, aquel niño que llora con el pie levantado e hincado por una espina, Palomino se habría basado en mitos y relatos orales de Vilcabamba para su creación, es otra dramática y vistosa representación del sincretismo que sublima el dolor desde los tiempos de invasión y se perpetúa en una fe propia y muy diferente a una fe católica pura.
Hoy cada 24 de diciembre, se reúnen aproximadamente 1000 artesanos y durante esos días la Plaza de armas se vuelve un punto neurálgico de una navidad totalmente diferente. Finalmente la festividad terminó por ser reconocida en octubre del 2009 como Patrimonio Cultural de la Nación; poco después se funda el Museo de Arte Popular donde se exhiben hastael día de hoy las piezas de arte más valiosas del Santurantikuy, llegando a ser parte de nuestra memoria histórica viva y de nuestro presente.
Actualmente pueden encontrar multitud de nuevos emprendedores y jóvenes que venden y compran obras curiosas que se van adaptando a la época actual entroncando así el antiguo sincretismo con la cultura pop contemporánea y cosmopolita. Sin embargo, esta festividad mantiene esa aura de misticismo y sincretismo que agrada tanto a los cusqueños que expresan su sentimiento con una sencilla calidez en vez de dar explicaciones académicas y polémicas sobre las diferencias de arte y artesanía o sobre el purismo de la festividad y el choque con la modernidad. Cuando alguna vez le preguntaron al reconocido Dr. Jorge Flores Ochoa, ilustre antropólogo cusqueño reconocido mundialmente y que nos dejó el año pasado, sobre la navidad y lo que implicaba este rito católico a lo largo de la historia, él simplemente respondía: “Para mí la Navidad es Santurantikuy…como para todos los cusqueños” .
«Hoy cada 24 de diciembre, se reúnen aproximadamente 1000
artesanos y durante esos días la Plaza de armas se vuelve un punto neurálgico de una navidad totalmente diferente»