Por: Goliart Tohaline
Hace poco dos youtubers peruanos fueron cancelados de un certamen por ser ofensivos con una carga montón en sus redes sociales ¿de dónde viene todo esto?, ¿es, en el fondo, un debate de libertad de expresión? Aquí una explicación.
En 1915 “El Nacimiento de una Nación” de D. W. Griffith cambia el cine para siempre con sus planos alternos y su salto de eje que se vuelven el modelo narrativo del cine hasta el día de hoy pero el film causa controversia por la aparición de los caballeros del Ku Klux Klan que salvan vidas y honras de criminales afrodescendientes. ¿Qué tiene que ver esto con nuestro presente? Quizás mucho.
Desde 2017 se hizo visible un proceso de polarización en todo ámbito; no sólo en política, este fenómeno de diferenciación radical de dos polos que luchan entre sí, se vive también en ámbitos como el arte o la ciencia. Fue el año de elección de Trump como presidente de los EEUU y del surgimiento de la campaña #MeToo en twitter, movimiento que, al menos al inicio, quería denunciar el acoso sufrido por miles de mujeres en el campo artístico. Colectivos LGBT y feministas protagonizan marchas en todas partes y sin embargo, vuelven a surgir grupos pro-vida de ‘Con Mis Hijos No te Metas’ así como de aquellos caballeros blancos de la película de Griffith que ya hace más de un siglo causaban malestar, hoy se les etiqueta de supremacistas, machistas y racistas –ese año en Charlottesville las protestas entre grupos ‘antiracistas’ y nacionalistas por la propuesta de retirar la estatua del general confederado Robert E. Lee dejan como saldo un muerto y una veintena de heridos tras la embestida de un automóvil.
En esta lucha que pasa de las redes sociales a la palpable realidad, muchos de estos grupos y colectivos boicotean o quitan todo el apoyo a ciertos personajes debido a comentarios o producciones consideradas ofensivas, incluyendo su pasado poco tolerante con las minorías sexuales o raciales; a esta ofensiva sistemática y organizada contra esos personajes mediáticos se le llama cancelación –esta práctica también puede atacar producciones, empresas o compañías-. Veamos algunos ejemplos: la autora de la saga de Harry Potter twittea que solo las mujeres pueden menstruar, al poco rato es cancelada por ser ‘transfóbica’ ya que insinúa que solo hay dos géneros y por tanto, decir que solo las mujeres pueden menstruar es un ataque a la comunidad trans; Vargas Llosa es cancelado luego de responder con carcajadas a la pregunta de qué opina sobre el lenguaje inclusivo –aquel que pretende eliminar los cambios de género por pronombres neutros-; en varias protestas se derriban estatuas de colonizadores: Cristóbal Colón es el símbolo de la ofensa occidental a los ancestros indoamericanos; la serie más iconoclasta e irónica de todos los tiempos: South Park, empieza a ser cancelada por parecer muy ofensiva en estos tiempos – cómo no sonreír al recordar al señor Esclavo o los capítulos dedicados a judíos, inmigrantes y terroristas?-, la serie se venga con una saga sobre la cultura de la cancelación con su hashtag: #CanelSouthPark; de forma parecida Molotov, la banda mexicana que nos encandilo con sus rimas hediondas, intenta explicar que su oda: “Puto”, no se refiere a la comunidad homosexual y que por favor dejen en paz la sugestiva portada de su álbum: “¿Dónde Jugaran las Niñas?” (1997). Volvamos a Perú, hace poco dos youtubers cómicos fueron cancelados de una premiación por sus burlas sobre una anécdota de una niña acosada en un bus. Pero, ¿de dónde viene esta práctica?
Su acepción moderna puede que se encuentre en las décadas de los 90 u 80 –en la película, muy ‘ofensiva’: New Jack City de 1991-, muy probablemente se actualiza con jergas en las subculturas urbanas y en su música –muchos mencionan al reality show del 2014: “Love and Hip-Hop”-. Pero su origen parece ser tan antiguo como la capacidad que tenemos para cancelar: así es, actos de boicot o de retirada de apoyo masivo han sido puestos en marcha en todas las épocas y han servido para aunar esfuerzos contra transnacionales o gobiernos abusivos pero su infiltración en la cultura popular es propia del siglo XX –puse como ejemplo el cine de Griffith- y del XXI; es allí que se habla no solo de cancelación sino de ‘cultura’ de la cancelación. Antropológicamente, una cultura es una obra humana que posee ciertos patrones por los cuales nos socializamos de una manera y no de otra; pongamos un ejemplo, Oscar Lewis habló de la “cultura de la pobreza” un estilo de vida que tiene sus propias estructuras y patrones de aprendizaje de tal manera que alguien que se socializó así aun sin ser pobre, actúa y vive como pobre y a su vez, un aristócrata venido a menos pese a ser pobre no actúa con estos patrones pues no tiene esa ‘cultura de la pobreza’. Hoy podemos decir que hay una cultura de la cancelación que crece y llega a su auge con nuestra generación actual –una cultura desde este punto de vista es generacional surgida como un ecosistema-. Así que esta forma de ver y vivir la vida es propia de nuestra generación, a la que han llamado malamente: ‘ofendida’, tras las cancelaciones masivas -no todos los millenials pertenecen a estos grupos, de hecho, surgen grupos contrarios en esta misma generación y en la próxima-.
¿Cómo, si antes la acción de cancelar podía ayudarnos, hoy nos divide o nos sumerge en una amplia intolerancia?, quizá por el exceso y saña de esta práctica, tanto lógica como ontológicamente, toda acción desde una idea relativa termina en inacción; o sea, afirmar que todo es relativo y tolerar todo nos lleva a la falacia del absurdo: si todo es relativo incluso esta afirmación es relativa, si todo se tolera ¿cuál es el límite?. Esto se materializa cuando los colectivos toman su propio criterio para cancelar. En efecto, ¿por qué este chiste u otro serán ofensivos, racistas y sexistas y los contados por ellos, no?, ¿por qué la teoría conspiranoica del pizzagate queda desacreditada pero no la de Epstein y Trump?, ¿por qué si peleo contra el blanco es bueno y si lo hago contra el negro no lo es aunque éste tenga ideas dictatoriales? –de hecho, ya estoy cancelado por decir a secas ‘negro’ en este párrafo- , es evidente que no se reflexiona sobre los valores y cosmovisiones de otras épocas, se califica desde la posición propia y arbitraria como si toda la razón y moralidad están de su lado y nada más que del suyo. La llamada cultura de la cancelación es así anticientífica, reduccionista y falaz; no solo es que muchos de nuestra generación olvidaron que crecieron con Molotov o South Park –por cierto uno de sus creadores es judío- sino que nuestras acciones de hoy determinarán el futuro, no solo es el humor, es la política y el sentido de la vida…esta será la revolución más aburrida y gris de todas. Por eso, tras la cancelación masiva de las Big Techs a Trump, la mayoría de políticos progresistas e intelectuales occidentales quisieron zanjar el tema diciendo que algo había que hacer con estas redes todopoderosas; por eso también que hasta el mismo Noam Chomsky firmó la Harper’s Letter (2020), una hipócrita carta de muchos personajes ‘progres’ que, ¡por fin!, le hacían frente a la cultura de la cancelación criticando esta nueva forma de oscurantismo.
Quizá es momento de cancelar la cultura de la cancelación para dejar esta polarización antes que nos mate, antes que ahorque no solo al humor sino al arte, a la vida y la libertad. Aquel polémico cineasta que mostró al KKK, D. W. Griffith, responderá con otra obra maestra: “Intolerance” (1916) donde en cuatro historias alternas demuestra la fuerza del amor contra la intolerancia en diversas épocas, quizá este tiempo sea apropiado para una quinta historia.